29 de marzo de 2011

ASFIXIA

De la juventud de hoy en día no deja de decirse que está en cierto modo perdida, que es desinteresada, que ha heredado un mundo mejor por unos padres que lucharon duro por conseguirlo, y que no entiende el valor de esto. Nos dicen que somos apáticos y vagos, y no se cansan de repetirnos que, de seguir así, no tendremos mucho futuro. Nos recuerdan que cada vez nos vamos más tarde de casa de nuestros padres, que no tenemos interés por el estudio y que no nos apetece trabajar. Que somos unos mimados y unos malcriados, que no tenemos respeto por nada, y nos hacen moralmente responsables de ello. Con este panorama, muchos nos habremos visto identificados con los personajes del escritor Palahniuk, a pesar de que la gran mayoría de nosotros no nos parecemos a ellos para nada.
Chuck Palahniuk, escritor estadounidense conocido mayormente por su novela El club de la lucha, la cual fue llevada al cine por David Fincher, narra en sus obras las vidas de unos personajes que han sido fuertemente rechazados por la sociedad, o como suele venderse, que se han automarginado de ésta, entendiendo que esto supone un grave error. La respuesta de éstos suele ser la autodestrucción, ese camino al que uno se ve arrastrado cuando el mundo le ha dejado claro que no vale absolutamente para nada, y te comprendes más molesto que útil.
Como era de esperar, novelas de este calibre han sido criticadas de nihilistas. Se dice de Palahniuk que escribe libros para quienes no leen –un golpe más para nuestra generación. Pero he de decir que no somos los responsables de sus críticas –nosotros ya tenemos suficiente trabajo con acabar de hundir el mundo que nuestros predecesores han jodido hasta el fondo–, sino que son por la naturaleza de sus obras. Por lo visto los temas que trata no convencen a la crítica porque no encajan con el canon de la literatura. Quizás estemos condenados a hablar del lado luminoso de la existencia, aún cuando miremos a nuestro alrededor y no veamos conexión alguna con lo que leemos y lo que vemos. Por lo que se ve estamos condenados a la censura, a mutilar así nuestra naturaleza humana, dividida entre lo bueno y lo malo donde sólo podemos seguir el buen camino. Como apunta el personaje principal de su novela Asfixia:

Es patético que no podamos vivir con las cosas que no entendemos. Que necesitemos que todo esté etiquetado y explicado y deconstruido. Aunque sea del todo inexplicable. Aunque sea Dios.”1

Durante años se han empeñado en dibujar un mundo divino, réplica del nuestro, donde todo lo considerado enfermizo de alguna manera, donde todo lo que se considera nocivo, quedase fuera. Es un intento de alcanzar un lugar inexistente que nos aleja de nuestra realidad, que la censura y que nos censura, y que provoca que ese demonio de la perversión del que hablaba Poe y que todos tenemos, nos absorba. Provoca que casi rocemos la locura, provocada por el claro hecho que se traza ante nuestros ojos de que no somos lo que deberíamos ser, como le ocurriera al monje Medardo de Hoffmann en su obra Los elixires del diablo.

Lo cierto es que los personajes de Chuck cumplen el rol que las generaciones pasadas, las que están ahora en el poder y pretenden perpetuarse en el, quieren que cumplamos nosotros: el de perdedores, el de seres humanos que se han rendido antes de empezar ni si quiera a luchar. Después de todo, quién sino la juventud iba a manifestarse en contra de todo lo que sucede en este mundo, si los demás han ido acumulando responsabilidades con el paso de los años. Nosotros que aún no tenemos hijos, y que no podemos aspirar a un trabajo fijo, somos los que tenemos tiempo para pensar y para actuar, por lo que somos el blanco, la masa a la que hay que idiotizar. Una razón perfecta para meternos en la cabeza que no valemos nada, algo que, cuando estás con las defensas bajas, realmente llegas a creerte. Es esa autoconvicción de que no encajas en un mundo que en realidad no existe y que, como decía, provoca en uno una mentalidad enfermiza que está cargada de culpabilidad

Lo que soy de verdad es un inmundo, sucio y recalcitrante adicto al sexo, y no puedo cambiar y no puedo parar, y eso es lo que voy a ser siempre.”2

 
Esta mentalidad del protagonista de Asfixia muestra a la perfección la sensación que con tesón nos han venido inculcando, pero no solamente a la juventud de hoy y de aquí, sino en distintas épocas y lugares, e incluso en distintas materias. El cine de Hollywood, sin ir más lejos, es una muestra de cómo está el arte a día de hoy censurado, con unos parámetros muy concretos a seguir, impidiéndole el paso a la creatividad.

En la obra Asfixia de Palahniuk se narra la historia de un joven estudiante de medicina fracasado. Su adicción al sexo es razón suficiente para que todos comprendamos que es un deshecho humano, una parte que es mejor alejar o mutilar de la humanidad, como si de un cáncer se tratase. A lo largo de la obra este personaje llamado Víctor Mancini lucha por conseguir tener el control de su vida, la cual ha estado siempre controlada por su madre, por la sociedad y naturalmente, por su adicción. Busca salir de esta espiral que le convierte en escoria, y en este intento se le critica reiteradamente que quiera ser Dios. No somos quiénes para tomar las riendas de nuestras vidas, pues a los perdedores no se les brindan nuevas oportunidades. O mejor dicho, no se quiere dejar lugar a lo novedoso porque siempre asusta, no se quiere dar pie a una juventud capacitada para desarrollar un pensamiento libre porque esto podría provocar un cambio que se teme, por lo que es mejor asegurarse de que comprendan que cualquier cambio es un imposible o algo detestable.

Nosotros hemos crecido avergonzados de lo que somos y lo que hacemos, para acabar dándonos cuenta –y muchos todavía no se han percatado de esto– de que los que deberían estar avergonzados son los de las generaciones pasadas, tan perfectas, con tantos principios, y que nos echaron a nosotros las culpas de la situación actual. Nos han hablado a lo largo de nuestro crecimiento de gente maravillosa que estudia medicina o derecho, que tiene una familia tradicional y bien estructurada, que nunca probaron las drogas ni se interesaron por suplir ningún instinto que no fuese estrictamente necesario para seguir con vida, como comer, beber, o dormir. Se ve que antes de que naciésemos todo el mundo era así. Y uno mira a su familia, tan lejana a este canon, y comprende rápidamente por qué forma parte de una generación perdida, hasta que te das cuenta de que si ninguna familia de nuestra generación es perfecta, entonces o ninguna lo es, o las que lo fueron siguieron tan estrictamente las reglas humanas de no dejarse arrastrar por ciertos instintos que no tuvieron descendencia alguna; he aquí su perfección.
Pero la respuesta a esta asfixia a la que somos sometidos suele ser la autodestrucción, como decía. Pero si uno se para un sólo instante a mirar a su alrededor puede comprender la siguiente reflexión de Víctor Mancini:

O tal vez es la manera en que la gente reacciona cuando la tratas como a ganado. O tal vez todo esto son excusas. Tal vez simplemente están aburridos. Tal vez es que nadie está hecho para pasarse el día sentado en un cajón de embalaje diminuto rodeado de otra gente y sin mover un músculo.”3

Quizás el problema sea efectivamente que lo tenemos todo dado, como le explica su madre:

Todas las drogas, le contó, no eran más que formas de tratar un mismo problema. Las drogas, el exceso de comida, el alcohol o el sexo, todo era una simple forma de encontrar la paz. De escapar de lo que conocemos. De nuestra educación. Eran nuestro mordisco a la manzana. El lenguaje, le dijo, no es más que nuestra forma de disipar con explicaciones la maravilla y la gloria del mundo. De deconstruirlo. De desdeñarlo. Le explicó que la gente no puede soportar toda la belleza del mundo. El hecho de que no pueda ser explicado ni comprendido.”4.


Pero como decía, esté o no el mundo dado, lo que tenemos ante nosotros es una barrera que nos impide ir más allá, independientemente de que podamos o no. Como dice Ida Mancini, la madre del personaje principal:

(…) Estamos criando una generación de esclavos.(...) Estamos enseñando a nuestros hijos a no poder defenderse. (…) Estamos tan estructurados y microgestionados que esto ya no es mundo, es un puto crucero de placer.”5

Hay muchas formas de decir las cosas, y me parece que el estilo de Palahniuk en el que no se anda con rodeos es grandioso. Quizás son estos estilos los necesarios para romper. Es cierto, puede resultar nihilista, pero es un nihilismo positivo que siempre aporta una salida, aun cuando el final de sus obras suele ser realmente trágico. Para explicar sistemas complejos de conceptos necesitas alargarte, pero no para decir algo profundo. Una palabra en el lugar indicado es más que suficiente, y obliga así al lector a hacer un esfuerzo, convirtiéndolo en partícipe de la obra, no dejándole ante la pasividad de quien se ve abordado por un montón de efectos especiales. Dice Palahniuk:

"Baso mi trabajo en la poesía o en la narrativa oral, donde la medición del tiempo y los recursos retóricos deben constantemente recordar al lector sobre el contenido total de la trama, para mejor efecto acumulativo. Con todo eso en mente, utilizo párrafos de una sola oración y coros de fondo, así como también tergiversaciones a propósito, como métodos para disminuir la velocidad del lector y controlar la velocidad de la trama. Es un estilo basado más en el "compás" del tiempo, como la música. Más allá de esto, no puedo controlar la interpretación del lector sobre el contenido de la historia. Sí que me esfuerzo por nunca exponer mis cuestiones personales en cada trabajo. Hacerlo sería imponer una interpretación "correcta" y excluiría la experiencia y participación del lector".

Y añadiendo unas últimas palabras del protagonista de Asfixia, Víctor Mancini:

Es grotesco, pero aquí estamos, los pioneros, los zumbados de nuestra época, intentando construir nuestra realidad alternativa. Construimos nuestro mundo a partir de piedras y caos.”6



1PALAHNIUK, Chuck. Asfixia. Editorial Debolsillo, Barcelona, 2008. p. 262
2Ibid. p. 177
3Ibid. p. 290
4Ibid. p. 170
5Ibid. p. 182
6Ibid. p. 329